Entre las señales del humo de un cigarrillo, que me difumina esta noche. Como la ceniza que cae marchita en este otoño, me desgarro entre estas páginas, que a pluma mojada en una copa de vino tinto, dibujan las cursivas de mi alma. Me bebo del tintero y empiezo confuso a escribir sin ningún sentido.
Los sentidos, que consentidos sin sentido hacen desvanecer el norte de este ser y me deja sudando frente a este equinoccio de papel blanco, lleno de ilegibles trazos garabateados a sangre.
Peregrinos garabatos en busca de mis ojos, que atientas escudriño en las cicatrices de esta oscura habitación, persiguiendo su luz como un loco. Luciérnagas, pupilas que iluminen esta prisión y quiebren sus oxidados barrotes nocturnos. Que difícil es ser el ciego de sus verdes lágrimas, que caen por sus rosadas mejillas y van a morir tan lejos del salado mar.
Descalzos estos torpes pies, que zancadillean con las olas, mares donde me acechan los susurros que se escapan de su garganta. Una guitarra de cuerdas vocales, sonidos que entran chispeantes por mis oídos, mariposas que juegan revoloteando sus alas por los escondrijos del universo gris de mi mente. Que difícil es ser el sordo de su canción tocada con púas de marfil, que el viento entre remolinos aleja de mi, como esas hojas que en el otoño vuelan por el aire.
Mis deseos saltan por los aires, se entrelazan entre las alas del perfume de su cabello, que penetrante entra por la nariz, como dama por su casa. Estos olores caminantes de mis pulmones, que embriagan las costureras que remiendan estas costillas mías, para que no escape este loco corazón, que difícil es retener el que quiere alquilar como hogar tu piel.
Espinas queman las manos que se deslizan en estos sueños, entre las sábanas se oculta una adictiva piel. Cuentos para no dormir, dedos que se pierden entre las páginas húmedas de dos cuerpos. Esas manos confunsas escriben cartas de amor por el llanto, lágrimas por los cerrojos de su ser. Que difícil es el no encontrar la llave que libere este alma.