Me deje caer al suelo, de rodillas me perdí en escribir parte de mí en un papel que estaba mojado; difícil trazar líneas rectas entre la humedad cuando caí en el tormento de conocer a oscuridad, dama que con coquetería pasaba las noches en mi cama, me arropada y me acariciaba con sus frías manos; entre mis escalofríos pasábamos las horas en vela.
La negrura de sus ojos me cautivó y me aferré fuertemente a su cuerpo. Los búhos que silban en la noche me susurraban que me alejará de tal dama. Yo miraba su falda cuando el viento se la alborotaba y pensé que podía jugar con ella, yo no comprendía que esta locura de amar a oscuridad nunca tendría un final feliz.
Pero. Un día me tropecé casualmente con la luz, esa señorita de ojos brillantes que nuevamente me ilumina al andar, que se me abraza cálida y que con su fuerza me libera de las cárceles de mi mente, rompiendo los barrotes que han cegado mi alma acorralada por la oscuridad.
Me liberó de mí; yo que era mi propio carcelero en versos narrados a deshoras, presidiario de mis propios miedos, que me hacían caer en un mar de dudas. Ahora luz las evapora con su iluminada sonrisa, calienta las horas de nuevo en mis días.
Ahora camino por cada uno de sus lunares, es algo que hay dentro de mi.
«Cada día es un nuevo sol».