Mis palabras te buscan en cada noche fría, para cobijar sus letras entre tus costillas. Y así calmar la inanición en la que se precipitaron tras el último portazo, donde me pillaste las manos que te dibujaban en cada cuaderno.
Tuya era la piel que me encadenaba contra el papel en cada insomnio, frente a la sombra que se dibujaba entre el humo de un cigarrillo. Donde mis garabatos de ceniza se convertían en poemas.
Y ahora escribo en gris, a falta de la inspiración que me regalaban tus abrazos, esos que rompían los barrotes del dolor que encarcela a mis entrañas en una condena perpetua. Y aquí me encuentro postrado contra el escritorio, donde mi tinta intenta deslizarse entre las rendijas de esta cárcel, en busca de aquellas manos que escribían caricias sobre las sábanas.
Sábanas que ahora me cubren los sentimientos para protegerlos contra el polvo que desprende este periodo en barbecho por donde escribo.